Fueron más de 8 horas por la ruta de las curvas, si no se llama así, es el nombre que debieron colocarle, mi autobús era el número cinco, allí íbamos no menos de 500 palanganas camino de Salamanca para ver si nuestro Sevilla era capaz de sumar los tres puntos que nos dieran posibilidad de luchar por el ascenso, perdimos 4 a 0 en un partido horrible.
También fueron unas cuantas de horas las que
tuvimos que soportar camino de Albacete, en aquella ocasión también fue
numerosa la infantería rojiblanca, no paramos de animar durante todo el partido
mientras nuestro equipo se arrastraba por ese “estadio”, exceptuando a Suker,
ningún otro jugador se despidió de nosotros al acabar el encuentro, perdimos
2-1.
No puedo olvidar tampoco la ilusión que
teníamos en aquellos cuartos de final de copa contra el Zaragoza, el resultado
en La Romareda nos dio pie a la esperanza, por fin después de muchos años,
teníamos en nuestra mano jugar una semifinal, pero Gustavo Poyet nos liquidó,
ni siquiera Luis Aragonés se explicaba aquella eliminación.
Un día que no se ha borrado de mi memoria, a
pesar de 8 participaciones seguidas en Europa, fue aquel de Uefa en la que los
griegos del Paok invadieron Nervión, en el campo no había más de 25.000
personas, el doble que el partido de vuelta en el que los Rusos de Moscú no
necesitaron de ningún torpedo para eliminarnos, fue un desastre, pero aún
perduran aunque ya algo borrosas, las imágenes de aquellos aficionados
extranjeros abarrotando los bares de Nervión.
Durante dos décadas, Pintinho, Bengoechea,
Polster, Zamorano o Suker eran los jugadores extranjeros que decoraban con sus
fotos las peñas sevillistas, fueron mis ídolos al igual que Buyo, Jiménez, Ramón, Francisco o Gabi Moya. Eran tiempos en lo que ser Sevillista,
significaba ser de un equipo donde se disfrutaba mucho más soñando, que estando
despierto un domingo cada 15 días en el Sánchez-Pizjuán.
No teníamos ambición, ni suerte, pero
teníamos nuestra historia, lo que nos contaban nuestros mayores y con eso era
suficiente para alimentar un orgullo, que ya quisiera para sí el mismo Milán de
Van Basten, 30 años de orgullo por algo que existió y que soñábamos con ver,
pero que nunca llegaba.
Veíamos disputar finales al Celta de Mostovoi
y Karpin, al Alavés de Javi Moreno, al Zaragoza de Nayim, a la Real, al
Valencia, al Osasuna, al Mallorca en Champions y hasta equipos tan
cercanos como Recre o Betis les tocaba
la lotería de vez en cuando, nosotros, ¡Nunca!.
Soñábamos en Matalascañas o en la piscina de
Bellavista mientras deseábamos que acabase ya el verano y saliese el cartel del
partido de presentación, comprábamos de vez en cuando la prensa y volvíamos a
encontrarnos a nuestra estrella con la camiseta de un equipo de la capital, de
España o de Cataluña – “da igual, este año romperá Santaella o Antoñito, además
con ese dinero ficharemos a ……… ”- daba
igual, nuestro orgullo y nuestros sueños nos seguían empujando a las taquillas
para renovar un abono lleno de ilusiones y decepciones.
A los niños por entonces no se les enseñaba a
decir Sevilla Campeón o Beti kk, en la década de los 80 y 90 a todo Sevillista
recién aterrizado se le empezaba a repetir lo mismo, “Yo der Sevilla, er mejó equipo der mundo”.
Años después nos zamarreó el destino, bendito
15 de agosto de 1995, sin internet, ni móviles y con media Sevilla desperdigada
por la costa andaluza, ¡Despertamos! Decidimos tomar las calles, era el momento
de renovar ese orgullo heredado por nuestros abuelos, ¡Gritamos! ¡Nos Unimos! y lloramos juntos defendiendo el escudo que late al compás de las campanas de la
Giralda.
Y comenzamos a soñar despiertos, ni siquiera
aquel descenso en un Tartiere de primera nos pudo parar, Monchi lloró aquel día
sin saber que el destino le guardaba millones de lagrimas, como para llenar seis
copas como Kanoute de grandes, pero estas, de alegría.
Antes había que ascender y a falta de cuatro
jornadas para el final de liga, me llamo mi compadre (El único que por entonces
no tenía miedo a volar) y empezamos a soñar de nuevo, aquella conversación
telefónica acabo en el World Trade Center de La Cartuja, en la única agencia de
viajes que nos llevaba a Las Palmas ese fin de semana y a Maspalomas nos fuimos
gastando exactamente el sueldo de un mes de trabajo, pero merecía la pena,
nuestro equipo no podía estar solo en ese campo de fútbol, ese partido contra
el Universidad de las Palmas nos daba virtualmente el ascenso, Fredy hizo el
tercero y nosotros acabamos metidos en una fuente en medio de una boda canaria,
recuerdo a los invitados bailando con el traje típico mirándonos alucinados por
una cristalera.
Podestá nos regaló el ascenso una semana más
tarde, en aquel partido con 40ºc jugado contra el Tenerife, marcó aquel gol con el alma, ya no le quedaba
rodilla. La temporada siguiente fue nuestra cantera la que resurgió, Utrera se
convirtió en el pueblo de todo sevillista, Reyes y Caparrós comandaban al
equipo de la casta y el coraje, aquella temporada nos volvió a robar una vez
más el Real de Madrid, Valdano le indicó a Iturralde en que minuto debía
expulsar a Javi Navarro para dejarnos de nuevo a las puertas de una final.
Llegó el año 2005, miles de sevillistas
soplan las cien velas de nuestra tarta de fresa y nata, en el tercer anillo se
pide el mismo deseo, se repite desde el 1948, cada uno de ellos pá sus adentros
–“Que no nos visite más ningún guardián
de Nervión sin ver a su Sevilla ganar un título”- con qué fuerza nos unimos
aquel 14 de octubre al Himno del Centenario, al evangelio del Sevillismo según
Javier Labandón, Y Sevilla, Sevilla, Sevilla, aquí estamos contigo Sevilla, compartiendo
la Gloria en tu escudo, orgullo del fútbol de nuestra ciudad…….
(Continuará)
Qué grande, Kiki. Sólo habiendo "mamao" el sevillismo desde chiquitito como tú, se puede escribir de nuestro Sevilla FC como tú lo has hecho. Enhorabuena.
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